Creta, Spinalonga y Agios Nikolaos

Desde Heraklio a Agios Nikolaos pasamos por Spinalonga donde hicimos un fondeo para pasar la noche.

Spinalonga parece un lago amable, rodeado de islitas, de paisaje imponente por las montañas y acantilados altísimos y de gran belleza natural. Tan bello como inquietante. Los vientos catabáticos bajaban con tanta violencia que conseguían aplastar el bimini de tal forma que parecía que se fuera a desarmar. Para sostenerlo y evitar una rotura se tuvo que usar un palo de escoba entre la mesa y el travesaño a fin de aguantar el empuje hacia abajo de las ráfagas. Durante la noche el rumor grave rápidamente se convertía en rugido, segundos eternos de pura violencia en forma de ráfaga de viento vertical.

De Spinalonga a Agios Nikolaos navegamos por zonas de calma absoluta rodeadas, como lunares extraños, por sectores de rachas tan fuertes de viento que levantaban el agua, entonces pasábamos de cero a cincuenta nudos en un instante. Finalmente llegamos a la Marina de Agios Nikolaos donde amarramos el Oxalá.

Las calles de Agios Nikolaos suben y bajan rodeadas de tiendas, un paseo marítimo lleva a la playa y al lago interior, que sin duda es lo más pintoresco de la ciudad, con terrazas típicamente griegas donde la comodidad y el dejar pasar el tiempo con un frappé forman parte de las tareas cotidianas.

Creta, Heraklio y Palacio de Knossos

A medida que avanzábamos navegando por la costa norte de Creta hacia el este, el viento iba fortaleciéndose y siempre parecía haber más oleaje del que correspondería para el viento del momento.

En Heraklio nos amarramos en la parte exterior del muelle del puerto veneciano. Por supuesto Heraklio también tiene su puerto veneciano, el cual estaba tan lleno de barcos que no había posibilidad de amarre, motivo por el cual se usa la parte exterior del muelle que a su vez está dentro del puerto comercial, el cual es tan enorme que pueden amarrar grandes cruceros, ferries, catamaranes veloces y remolcadores.

Era para jugarse bajar a tierra por la pasarela del Oxalá si no se comprobaba antes los movimientos de los grandes barcos. Particularmente y el peor de todos, la resaca producida por el oleaje que levantaban los catamaranes que entraban a toda velocidad hasta el último momento en que, casi tocando el muelle, paraban para descarga y carga de turistas y salir pitando otra vez.
Teníamos por vecinos de amarre por una banda a un remolcador que no paraba de pedirnos cada vez más espacio y por la otra un velero que salía y entraba diariamente provocando continuos ajustes en nuestro amarre, teniendo en cuenta ademas, el viento racheado de las tardes.

Y así fuimos al Palacio de Knossos desde Heraklio. No esperábamos encontrar tantísima gente, por momentos dentro del recinto estaba saturado. Sin embargo fue todo un acierto ir al museo arqueológico a las ocho de la mañana porque lo teníamos como visita exclusiva.

En lugar de describir el palacio voy a contar una recreación imaginada por lo que vi y sentí en el palacio y el museo.

Minos, rey de Knossos famoso por haber sido un hombre justo, se levantó de su trono y se dirigió seguido por sus sacerdotes hacia el propileo.

Había finalizado la ceremonia de purificación y deseaba ver la procesión y los juegos. Los grifos que decoraban las paredes recordaban el carácter religioso de Minos, no sólo era rey también era sumo sacerdote.

Iniciaba la procesión el príncipe de los lirios con su corona de flores y plumas sobre sus largos cabellos oscuros, a continuación le seguían los sacerdotes.

Jóvenes de ambos sexos con largos cabellos, vestidos con ropa y joyas similares llevaban las ofrendas, los regalos y además aceite, cereales y vino hacia los almacenes donde serían conservados en vasijas enormes.

Mientras tanto la reina acabaría su baño en el salón de los delfines para luego reunirse con el rey.

Estaría siempre asistida y acompañada por las damas azules. Reina y damas, mujeres hermosas, delicadas, con sus gestos tan coquetos y suaves, siempre irían ricamente vestidas, sus ojos maquillados para resaltarlos y sus peinados llevarían exquisitos adornos.

Al otro lado de la plaza se preparaban los atletas, hombres y mujeres, para los espectáculos taurinos.

Entonces se vería al acróbata en su magnífico salto por encima del toro, tan perfecto que por un instante parecería flotar en el aire sobre el animal sagrado.

Mientras una retahíla se escuchaba de fondo, a modo de sonidos reproducidos según los símbolos de la espiral del Disco de Festos, Dédalo dedicaría una mirada a su Señor y con un leve movimiento de cabeza le confirmaría que el secreto que guarda el laberinto estaría a buen recaudo.

Minos se sentiría invencible y todopoderoso observando la opulencia de su palacio, un laberinto de mil quinientas estancias dispuestas en distintas plantas, pasillos y grandes escaleras, corredores, salas reales con muchas puertas, patios, salones de baños, tronos y zonas sagradas, almacenes, salas de banquetes y cada estancia con su sistema de ventilación, de iluminación y drenaje.

Todo ese culto a la belleza, a la madre tierra, a la perfección en los detalles de los frescos, en la riqueza de decoración de las vasijas, en las ropas y joyas, en la armonía. Todo este deslumbrante esplendor y a la vez tan frágil.

¿Con qué trágica rapidez puede quedar aniquilada tanta prosperidad? Con un terremoto, producido por la explosión del volcán de Santorini, la magnitud de la catástrofe fue devastadora.

Nota: Hoy día el Presidente del Tribunal Internacional de La Haya usa un asiento copia del trono del rey Minos considerado el primer juez del mundo.

Creta, Chania

Creta es una isla intensa. Las vivencias son tan fuertes como la isla misma. Por sus altísimos picos por donde bajan vientos catabáticos que no dejan a nadie indiferente, por sus ráfagas inesperadas, por la cantidad de gente en las ciudades y los sitios turísticos, por sus distancias, porque en su costa norte no hay muchas oportunidades de refugio a menos que se vaya a puerto y allí se corre el riesgo de no encontrar lugar porque el espacio ofrecido, en cada puerto, alcanza para unos diez barcos. Por estos y más motivos que iré describiendo, son por los cuales he sentido las vivencias muy fuertes.

Nuestra entrada en la costa noroccidental de Creta fue por Kolimpari. Para amarrar abarloados al muelle hicimos un estudio del calado de la bocana y de la profundidad para el amarre, con el tender y una sonda manual, ya que no había información fiable al respecto. Pasamos la noche en Kolimpari pero salimos antes de las 6 de la mañana, el viento del este se había adelantado al pronóstico y lo tuvimos en contra junto con las olas y el mal tiempo en forma de nubarrones oscuros y chubascos. Entramos en Chania con rompiente en la entrada, justo donde hay un muelle semisumergido que por supuesto hay que sortear, será para agregar alguna emoción más a la llegada.

Pero al entrar, y aún sabiendo que Chania tiene un puerto veneciano, me entusiasmó descubrir la sensación de haber visto esto en otra parte, fue como si por un instante estuviera en alguna isla de la laguna de Venecia.

Chania ó La Canea nos atrapó con sus barrios con identidades tan diferentes como las culturas que han dejado su huella en ellos. Un bazar turco, el mercado municipal, miles de tiendas, iglesias ortodoxas con minaretes añadidos como evidente muestra de las distintas vidas por las que han pasado entre iglesia y mezquita, minaretes que han quedado incluidos en los edificios conviviendo hoy día entre restaurantes y cafeterías, una iglesia católica escondida detrás de un pasillo con escaparate de una boutique de moda.

A todo esto hay que añadirle la enorme cantidad de gente que hay en todas partes.

Con tanta experiencia intensa en La Canea, relajarnos en el Parque Botánico fue encantador.

El camino en el parque va subiendo y bajando por terrazas sobre un valle, a través de pérgolas de vides o túneles frescos con sterlitzias, olivos, higueras y toda clase de árboles frutales.

A veces invaden mil aromas de plantas aromáticas y medicinales.

Se ven flores exóticas, flores enormes otras pequeñas, perfumadas, raras, humildes.

Para finalizar la excursión comimos unas ensaladas preparadas con vegetales y frutas frescas recolectadas en el parque. Cada bocado era un placer de sabores distintos entre mezcla de verdes, menta, cilantro en una proporción adecuada, ciruelas rojas y blancas, manzana verde, naranja, melón, aguacate, yogur griego y aceto.

Kythira y Antikythira

Al sur de la isla Kythira y ésta a su vez al sureste del Peloponeso, hay un pueblecito cautivador, Kapsalis.

No es más que una línea de casas blancas con mucha vida veraniega, tabernas y cafeterías con cómodas terrazas frente a la playa de arenas doradas.

La calita hace gala de sus aguas cristalinas y limpias, de hecho un grupo de submarinistas examina el estado fondo del mar a fin de sacar basura en caso de encontrarla, aunque lo dudo.
Chora, el pueblo blanco con una fortaleza acosada por el viento en lo alto de la montaña, mira hacia abajo donde Kapsalis se relaja frente al mar.

Chora sube y baja con rincones inmaculados, y es capaz de detenerte en el paseo cuando descubres las puertas turquesas rodeadas de buganvillas, algunas antiguas, otras recién pintadas o restauradas pero cada una con una identidad.

Alquilamos un coche para conocer el interior de la isla, nos vestimos para ir a la cascada pero acabamos en el Monasterio Mirtidion. Es lo que tiene lo de perderse por una isla.

Saliendo de Kapsalis con rumbo directo sureste y destino Creta, el capitán decidió hacer noche en la isla Antikythira por dos motivos, hacer el trayecto en dos etapas para que resulte mas corto y cenar allí, de esta forma hacíamos también un pequeño aporte a la economía de la isla. En la única cala disponible de la isla Antykhira, montañosa, rocosa, acantilada y casi deshabitada, fondeamos el Oxalá y lo amarramos por popa a una roca con un cabo amarillo, flotante, nuevecito y muy vistoso.

En la aldea, dormida, desierta y de aspecto de las cícladas con casitas blancas y puertas azules, dimos con la terraza de una casa que hacía las veces de bar improvisado y tienda de productos básicos, con un toldo a franjas verdes y blancas y torres de cajas de cartón apiladas en la entrada esperando algún destino mejor. Mientras algunos lugareños bebían cervezas nosotros pedimos algo para comer. De inmediato un perrito y dos gatos se nos pusieron a los pies componiendo sus mejores caritas de pena a la vez que las moscas comenzaban a rondarnos. Nos sirvieron cordero estofado con patatas fritas y ensalada griega que devoramos rápidamente entre tanto bicho compitiendo por la comida, perrito soltaba un ladrido cada poco para dejar constancia de su presencia, los gatos no se movían de nuestro lado y las moscas nos invadían los platos. Dejamos los restos de huesos y patatas al grupo famélico, perrito se llevó la mejor parte, los gatos tuvieron que conformarse con las patatas.

Monemvasia

En el Mar de Mirtos, perteneciente al Egeo, hay un peñón que tiene forma de sombrero a unas 15 millas del extremo sudoriental del Peloponeso.

Este peñón se desprendió de la península de la que formaba parte durante un violento terremoto en el siglo IV a.C. Los bizantinos se encargaron de unirlo a tierra mediante un estrecho pasaje de piedra con puente levadizo incluido.
Ésta particularidad de única vía de entrada inspiró el nombre de la ciudad fortificada que se descuelga de la ladera sur del peñón, Monemvasia, que significa único pasaje.

Pasar por esa exclusiva puerta de entrada es algo así como atravesar el túnel del tiempo, ya que la ciudad ha quedado detenida en la Edad Media. Entre lo antiguo en ruinas y lo nuevo restaurado se ha respetado una armonía de piedra y madera, de estética medieval entre histórico y artesanal, se ha cuidado con esmero cada detalle, cada rincón.

La calle principal es la más comercial, llena de tiendas de artesanías y regalos, cafeterías y restaurantes con terrazas que miran al Mar de Mirtos. La ciudad tiene varios niveles por lo que las callecitas laterales suben y bajan intrincadas y llevan a casas de huéspedes, pequeños hoteles, viviendas y muchas iglesias, algunas de las cuales están en ruinas aunque otras muchas están restauradas.

Un ejemplo de restauración es la Catedral junto a la torre, en la plaza principal. Ha sido saqueada y destruida, como la ciudad misma.

Monemvasia ha pasado varias veces de mano en mano entre turcos y venecianos. Cada vez que caía en poder de los turcos la ciudad quedaba desierta, abandonada. Sus habitantes sólo regresaban a sus casas cuando era recuperada por los venecianos.

Brindo con una copa de malvasía, el vino original de Monenvasia que dieron a conocer los venecianos por todo el Mediterráneo, dulce y afrutado como la ciudad que lo produce, cuyas vides crecen bajo el sol que calienta las piedras del peñón y se refrescan con la brisa del Mar de Mirtos.

En el golfo Lakonikos hay un fondeo muy concurrido, Porto Kayio. Aquí las ráfagas suelen ser fuertes y los barcos bailan la danza del viento pero merece la pena, es atractivo y se come muy bien. Aquí nos pusieron en la taverna Ofaro un saragos, pescado local, al grill con limón y aceite de oliva, simple y delicioso.

También pasamos un día fondeados en la playa de Simos, sin duda una de las más hermosas que he conocido. En la pequeña isla Elafónisos un istmo formado por una lengua de arena lleva a una islita. A ambos lados del istmo hay dos playas de arenas aterciopeladas, una de ellas es Simos que compite con su gemela de enfrente por saber cual de las dos tiene las más suaves dunas con coronas de cintas verdes como pelos en punta. Es difícil decidir cual de las playas tiene las aguas más turquesas, más cristalinas y más deseadas. Ambas se debaten los bañistas por el mar de cristal apetecible, que acaricia y del cual no se quiere salir.

Los castillos del Peloponeso occidental

Dicen que el castillo de Methoni es uno de los más fotografiados de Grecia.

No me sorprende, es tan encantador que parece salido de un cuento, es tan evocador que resulta fácil imaginar historias de princesas cautivas en la torre y piratas ocultando tesoros en sus muros. Methoni o Modona, ciudad situada en la parte occidental del Peloponeso bañada por el Jónico frente a la isla Sapienza, era también llamada “los ojos de Venecia” por los venecianos.

Lo que relato a continuación es una ficción, inspirada durante mi visita al castillo mientras iba leyendo y observando.

Estamos a finales del siglo XVII, Modona reluce bajo el dominio de la República de Venecia, recientemente recuperada después de más de cien años bajo dominio otomano. Los turcos la anhelan, es muy codiciada, no sólo por su situación estratégica en el Peloponeso occidental, además Modona representa los ojos de Venecia. Los intentos de asedio son constantes.
La torre octogonal, blanca, orgullosa, parece flotar en el mar pero está rodeada de piedras afiladas como cuchillos que salen del agua. La torre está unida a la fortaleza por un estrecho puente de piedra.

Los muros de la fortaleza altos y gruesos protegidos por los relieves de los leones alados de San Marcos y por un profundo foso hace que todo el conjunto de la torre y la fortaleza sean inaccesibles por tierra y por mar.

Dentro de los muros la ciudad bulle de actividad, el mercado, la plaza, la catedral, las viviendas de madera entre las calles estrechas y empedradas. En los bastiones y torres se vigila la llegada del enemigo. Aún así, después de varios días de asedio, los otomanos tomaron la torre octogonal haciendo prisioneros al capitán veneciano Vincenzo Franco y lo que queda de sus hombres, encerrándolos en lo alto del castillo. En la celda oscura, pequeña para tan numeroso grupo y mal ventilada, Vincenzo observa a su gente. Muchos malheridos, la mitad de ellos murieron durante el asedio, siente el olor del sudor y la sangre, las miradas de profunda decepción, las cabezas gachas, hundidas. Ellos conocen el final que les espera. Llegó el momento, los cautivos son llevados por el estrecho puente de piedra hasta la Puerta de San Marco de la fortaleza. Del otro lado de los muros, a pesar del trágico momento no pueden hacer nada por ellos, sólo observan y esperan, se sienten seguros. Los otomanos se apresuran, el capitán veneciano Vincenzo Franco y sus hombres son decapitados bajo espada otomana. A continuación los turcos forman una pila con sus cabezas delante de la Puerta de San Marcos. Antes de morir Vincenzo miró el león alado del estandarte de la fortaleza, escuchó las trompetas de los vigías que anunciaban la llegada de la flota de retaguardia que aguardaba escondida en Sapienza y entonces sonrió porque supo que su tan amada torre volvería a ser los ojos de Venecia.

Pero hay más castillos en el Peloponeso. En Pylos una fortaleza vigila la entrada de la bahía de Navarino.

Merece una visita está muy bien mantenida, con tres museos en su interior. El paseo es fresco bajo los pinos, al caminar crujen las agujas secas y las piñas. Las chicharras cantan enloquecidas una canción monótona lenta acompasada, de vez en cuando alguna se desmadra y suelta un aria con ritmo desesperado pero luego todas vuelven a su coro previsto con aromas de adelfas y romero.

Pylos y rincones con encanto

El que me ha desilusionado es el no castillo de Kyparissia. Luego de subir por las calles empinadas del casco antiguo siguiendo las indicaciones hacia el castillo, nos encontramos con una ruina sin mantemiento alguno, donde había que usar toda la imaginación que uno pudiera tener para vislumbrar que aquello pudiera haber sido un castillo alguna vez.

Kyparissia desde lo alto del no castillo

Estamos ahora en Koroni, hemos dado la vuelta al primer dedo del Peloponeso y entramos en el golfo de Mesenia. En Koroni hay otra fortaleza con bastiones altísimos sobre un acantilado lo que hace su aspecto más imponente.

Dentro de los muros el monasterio de San Juan y la iglesia de Santa Sofía del siglo XI.

Fondeos

Habitualmente, antes de llegar a destino, valoramos del lugar que posibilidades tiene de amarre en puerto, marina o muelle, y si hay fondeos a su alrededor. Además, en caso de fondeo, evaluamos que refugio ofrece de acuerdo al pronóstico del tiempo. El viento manda, ordena, impone el rumbo, nos traslada cuando hincha las velas, nos inmoviliza cuando no es conveniente. Nos refresca o agobia, nos hace mecer suavemente en una noche tranquila o estar alertas cuando canta grave. Puede silbar, rugir, acariciar, traernos aromas de pino y adelfas a modo de bienvenida cuando llegamos a tierra. También puede llenarnos de polvo, de cenizas, de mosquitos o de olores sulfurosos, malolientes y picantes. En esta forma de vida de navegantes el viento es el aliado y también el contratiempo.
Pero hablando de amarres en puerto, no es precisamente el viento el único que impone sus condiciones. En Lefkada capital no pudimos amarrar al muelle porque estaba totalmente ocupado por varias flotas de barcos charter. Eso nos obligó a seguir de largo. En ese momento nos sentimos frustrados porque nos gusta la ciudad. A cambio fondeamos más al sur, en Bahía Tranquilidad y encontramos la forma de llegar a Lefkada en autobús.
El mal tiempo nos acompañaba cuando llegamos a Mytika, teníamos frío estaba húmedo por la lluvia y el cielo, cubierto de nubarrones oscuros, auguraba que continuaría de esa forma todo el día.

Nos habría gustado amarrar al muelle pero no era posible ya que el puerto no ofrecía espacio suficiente para maniobrar y además estaba completo. Fondeamos cerca de la bocana.

Rincones de Mytika

En Kastos directamente nos quedamos en el fondeo, otra vez se repitió el patrón de muelle abarrotado de barcos charter.

Incluso con lineas a tierra.

Al sur de Lefkada, en Vasiliki, el puerto antiguo no tiene calado fiable, a su lado hay una hermosa marina en construcción pero que aún no está disponible.

Nuevamente fondemos cerca de la bocana de entrada a puerto. Fue muy incómodo, las olas nos llegaban de lado, por la banda de babor, el barco se movía como un péndulo y cuando entraba en resonancia no nos alcanzaban las manos para sostener todo lo que pudiera caerse como una taza de té, una botella de agua, una puerta de armario del baño que se abre y caen las cosas directamente dentro del váter. En la ducha, el agua nunca llegaba a caer donde estaba mi cuerpo, cuando yo intentaba inclinarme buscando el chorro de agua, ésta ya estaba en el lado contrario.

Zakynthos

Pero no todos los fondeos son incómodos los hay plácidos y amables como en Argóstoli, frescos como en Zakynthos, silenciosos como en Katacolon, sin olvidar la danza del viento en Itaca y el sorprendente Acantilado de los Penitentes.

Argostoli, Cefalonia

11 de Junio 2019

Para llegar a Argostoli, capital de Cefalonia, hay que recorrer navegando una espiral de 270 grados de una longitud de casi cinco millas.

El fondeo aquí es cómodo porque se accede fácilmente a la ciudad, incluso cuando vamos con las bicis, que llevamos a tierra con la auxiliar.

En el año 1835, Mr. Stevens descubrió en Katavothres, al norte de la península de Argostoli a unos 3 km de la capital, algo extraño que llamó su atención. En un lugar entre las rocas el agua de mar literalmente desaparecía. ¿Pensaría a lo mejor que Poseidón clavó su tridente en ese punto para que la tierra se tragara el agua?

Personalmente no lo creo porque Stevens demostró ser una persona inteligente y sobretodo ingeniosa. Seguramente pensaría en la forma de aprovechar toda esa energía generada y en el punto donde desaparece el agua de mar construyó molinos para moler cereales. Los bautizó como Molinos de Mar Stevens. Durante el terremoto del año 1953 los molinos fueron destruidos y se reemplazaron por el actual.

No fue hasta el año 1963, cuando un grupo de geólogos decidieron desvelar el secreto de Poseidón y darle una explicación científica a la extraña desaparición en Katavothres del agua de mar. Agregaron una sustancia que teñía el agua y esperaron para ver por donde salía. Tuvieron que esperar dos semanas y catorce kilómetros al noreste, al otro lado de la isla, para que apareciera el agua tintada. El agua de mar viajó por ríos subterráneos, se mezcló con agua de lluvia y salió salobre al lago subterráneo Melissani, desde allí fluyó al mar pasando antes por otro lago, Karavomylos, de agua dulce, que desemboca en la bahía de Sami. La explicación geológica del fenómeno me sorprende, Poseidón ha quedado más que superado.

Estas tortugas confiadas son alimentadas por los pescadores locales. Ellas acuden cada mañana al muelle donde se amarran los barcos de pesca. Dan vueltas, se sumergen y como si supieran que están siendo fotografiadas y filmadas por los turistas hacen sus piruetas de sirenas gordas.

Vathy, Itaca y al sur de Cefalonia

9 de Junio 2019

Ayer salimos de nuestro fondeo de dos días en Vathy, capital de Ítaca, la isla de Ulises, donde estuvimos fondeados junto con una veintena de veleros.

El espejo de agua de la bahía de Vathy es como el aceite durante las mañanas, haciendo que sean plácidas.

Pero cuando salta el viento de noroeste después del mediodía, se acelera dentro de la bahía y las ráfagas son poderosas.

El mar parece que hierve de forma desordenada con crestitas blancas mientras que el viento sopla enérgico y hace que los veleros fondeados bailemos, al son de su voz de bajo, todos el mismo paso, entre ráfaga y ráfaga.

Llegamos al fondeo de la Bahía Spartiá, al sur de la isla Cefalonia. El sol se ponía detrás del acantilado y el contraluz me impedía ver con claridad pero pude distinguir que resultaba imponente.
Fue hoy, a la mañana temprano, cuando pude contemplarlo, me quedé un buen rato observando lo que la naturaleza había tallado. Entonces vi la escena y además, tuve el nombre para el acantilado.

Es el Acantilado de los Penitentes, tan extraño e imponente como inestable. En ese curioso equilibrio los penitentes encapuchados vestidos con túnicas y capirotes van en procesión entre las torres alargadas de iglesias y catedrales góticas. La expiación les llegará tal vez con la próxima tormenta, que debería ser lo suficientemente fuerte para lavar sus culpas con la lluvia y derretir sus túnicas. Entonces las torres y las iglesias comenzarían a desdibujarse hasta acabar en el fondo del mar. Luego aparecería otra escena en el acantilado, con otra historia diferente y quizás, nunca más vuelvan los penitentes.

A siete metros de profundidad debajo del Acantilado de los Penitentes se vive otra escena distinta, aquí las algas se divierten, juegan a ser cebras de mar.

Bahía Tranquilidad y Ormos Vliho

3 de Junio de 2019

Hoy hemos cambiado de fondeo, estamos en Mytikas, localidad jónica en la parte continetal de Grecia. Pero la historia que quiero contar ocurrió hace más de una semana en otro fondeo en la isla Lefkada, en Bahía Tranquilidad frente a Nidri. Un canal como cuello de botella da paso a otra bahía casi cerrada, Ormos Vliho.

En el listado de averías transitorias de esta temporada teníamos el sistema de calefacción, que ya está reparado; el motor fuera borda y sus caprichos, el capitán en más de una oportunidad de haber tenido un hacha cerca lo habría destrozado, pero de momento funciona como un reloj. Para nuestro pesar, la peor avería fue cuando descubrimos que la desalinizadora perdía agua.
Si hay algo que adoro del capitán son sus manos porque no sólo son hermosas, también son fuertes y habilidosas, junto con su destreza para solucionar problemas y su poder de improvisación en los momentos difíciles no hay avería que se le resista. Y con este currículum, metió mano a la desalinizadora. La solución parecía simple, si hay pérdida de agua hay que cambiar las juntas tóricas. Cuando llevábamos unas veinte juntas cambiadas, de distintos diámetros, algunas de ellas las teníamos en el barco pero otras fueron difíciles de encontrar, la desalinizadora seguía perdiendo agua pero por sitios diferentes. Era frustrante. Además, el momento culminante de desilusión fue cuando supimos que la maquinita en cuestión tiene cincuenta y seis juntas tóricas. Entonces el capitán y yo nos miramos y supimos sin hablar que era tarea imposible, la desalinizadora acabó embalada en una maleta lista para ser enviada al servicio técnico de Barcelona. Pero ¿desde dónde?

Desde Marina Vliho, al fondo de la bahía. Con la maleta dentro de la auxiliar y el motor fuera borda a pleno rendimiento, por la cuenta que le trae, recorrimos toda la bahía hasta el fondo de Ormos Vliho. Pasamos por delante de varaderos donde un tractor tira de los barcos para sacarlos del agua y luego disponerlos, apuntalados con palos y un bidón enorme sosteniendo la popa, sobre cantos rodados en una fila en la orilla a escasos centímetros del mar.

Finalmente encontramos Marina Vliho entre dos cementerios. Uno donde los difuntos tienen las vistas hacia la bahía pero interrumpida por un laberinto de barcos fuera de su elemento, o sea, en tierra.
“¿Qué hacen estos barcos aquí? ¿Interrumpen nuestro descanso o entretienen nuestro eterno aburrimiento?”

Y el otro cementerio está en el mar donde los difuntos se ven oxidados, dolorosamente escorados o sumergidos a dos aguas.

En Marina Vliho han sido muy cordiales y nos han hecho el favor de entregar la maleta al transportista.

De vuelta en Nidri, nos fuimos de excursión a la cascada. Nos sorprendió la primavera en los limoneros, naranjos, olivos y granados, también las buganvillas, jazmines, pasionarias, higueras y nogales, luciendo flores y enérgicos verdes.

Y la agradable sorpresa: una caída de agua suave y tranquila, como de encaje, a veces transparente, otras plateada y blanca, con un canto relajante.

Gotitas pulverizadas humedeciendo la piel, otras gotas gordas rebotando en las piedras y unas finas sumergiéndose encantadas mientras un cangrejo espía atento a una rana.