Creta, Heraklio y Palacio de Knossos

A medida que avanzábamos navegando por la costa norte de Creta hacia el este, el viento iba fortaleciéndose y siempre parecía haber más oleaje del que correspondería para el viento del momento.

En Heraklio nos amarramos en la parte exterior del muelle del puerto veneciano. Por supuesto Heraklio también tiene su puerto veneciano, el cual estaba tan lleno de barcos que no había posibilidad de amarre, motivo por el cual se usa la parte exterior del muelle que a su vez está dentro del puerto comercial, el cual es tan enorme que pueden amarrar grandes cruceros, ferries, catamaranes veloces y remolcadores.

Era para jugarse bajar a tierra por la pasarela del Oxalá si no se comprobaba antes los movimientos de los grandes barcos. Particularmente y el peor de todos, la resaca producida por el oleaje que levantaban los catamaranes que entraban a toda velocidad hasta el último momento en que, casi tocando el muelle, paraban para descarga y carga de turistas y salir pitando otra vez.
Teníamos por vecinos de amarre por una banda a un remolcador que no paraba de pedirnos cada vez más espacio y por la otra un velero que salía y entraba diariamente provocando continuos ajustes en nuestro amarre, teniendo en cuenta ademas, el viento racheado de las tardes.

Y así fuimos al Palacio de Knossos desde Heraklio. No esperábamos encontrar tantísima gente, por momentos dentro del recinto estaba saturado. Sin embargo fue todo un acierto ir al museo arqueológico a las ocho de la mañana porque lo teníamos como visita exclusiva.

En lugar de describir el palacio voy a contar una recreación imaginada por lo que vi y sentí en el palacio y el museo.

Minos, rey de Knossos famoso por haber sido un hombre justo, se levantó de su trono y se dirigió seguido por sus sacerdotes hacia el propileo.

Había finalizado la ceremonia de purificación y deseaba ver la procesión y los juegos. Los grifos que decoraban las paredes recordaban el carácter religioso de Minos, no sólo era rey también era sumo sacerdote.

Iniciaba la procesión el príncipe de los lirios con su corona de flores y plumas sobre sus largos cabellos oscuros, a continuación le seguían los sacerdotes.

Jóvenes de ambos sexos con largos cabellos, vestidos con ropa y joyas similares llevaban las ofrendas, los regalos y además aceite, cereales y vino hacia los almacenes donde serían conservados en vasijas enormes.

Mientras tanto la reina acabaría su baño en el salón de los delfines para luego reunirse con el rey.

Estaría siempre asistida y acompañada por las damas azules. Reina y damas, mujeres hermosas, delicadas, con sus gestos tan coquetos y suaves, siempre irían ricamente vestidas, sus ojos maquillados para resaltarlos y sus peinados llevarían exquisitos adornos.

Al otro lado de la plaza se preparaban los atletas, hombres y mujeres, para los espectáculos taurinos.

Entonces se vería al acróbata en su magnífico salto por encima del toro, tan perfecto que por un instante parecería flotar en el aire sobre el animal sagrado.

Mientras una retahíla se escuchaba de fondo, a modo de sonidos reproducidos según los símbolos de la espiral del Disco de Festos, Dédalo dedicaría una mirada a su Señor y con un leve movimiento de cabeza le confirmaría que el secreto que guarda el laberinto estaría a buen recaudo.

Minos se sentiría invencible y todopoderoso observando la opulencia de su palacio, un laberinto de mil quinientas estancias dispuestas en distintas plantas, pasillos y grandes escaleras, corredores, salas reales con muchas puertas, patios, salones de baños, tronos y zonas sagradas, almacenes, salas de banquetes y cada estancia con su sistema de ventilación, de iluminación y drenaje.

Todo ese culto a la belleza, a la madre tierra, a la perfección en los detalles de los frescos, en la riqueza de decoración de las vasijas, en las ropas y joyas, en la armonía. Todo este deslumbrante esplendor y a la vez tan frágil.

¿Con qué trágica rapidez puede quedar aniquilada tanta prosperidad? Con un terremoto, producido por la explosión del volcán de Santorini, la magnitud de la catástrofe fue devastadora.

Nota: Hoy día el Presidente del Tribunal Internacional de La Haya usa un asiento copia del trono del rey Minos considerado el primer juez del mundo.

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