Creta, Chania

Creta es una isla intensa. Las vivencias son tan fuertes como la isla misma. Por sus altísimos picos por donde bajan vientos catabáticos que no dejan a nadie indiferente, por sus ráfagas inesperadas, por la cantidad de gente en las ciudades y los sitios turísticos, por sus distancias, porque en su costa norte no hay muchas oportunidades de refugio a menos que se vaya a puerto y allí se corre el riesgo de no encontrar lugar porque el espacio ofrecido, en cada puerto, alcanza para unos diez barcos. Por estos y más motivos que iré describiendo, son por los cuales he sentido las vivencias muy fuertes.

Nuestra entrada en la costa noroccidental de Creta fue por Kolimpari. Para amarrar abarloados al muelle hicimos un estudio del calado de la bocana y de la profundidad para el amarre, con el tender y una sonda manual, ya que no había información fiable al respecto. Pasamos la noche en Kolimpari pero salimos antes de las 6 de la mañana, el viento del este se había adelantado al pronóstico y lo tuvimos en contra junto con las olas y el mal tiempo en forma de nubarrones oscuros y chubascos. Entramos en Chania con rompiente en la entrada, justo donde hay un muelle semisumergido que por supuesto hay que sortear, será para agregar alguna emoción más a la llegada.

Pero al entrar, y aún sabiendo que Chania tiene un puerto veneciano, me entusiasmó descubrir la sensación de haber visto esto en otra parte, fue como si por un instante estuviera en alguna isla de la laguna de Venecia.

Chania ó La Canea nos atrapó con sus barrios con identidades tan diferentes como las culturas que han dejado su huella en ellos. Un bazar turco, el mercado municipal, miles de tiendas, iglesias ortodoxas con minaretes añadidos como evidente muestra de las distintas vidas por las que han pasado entre iglesia y mezquita, minaretes que han quedado incluidos en los edificios conviviendo hoy día entre restaurantes y cafeterías, una iglesia católica escondida detrás de un pasillo con escaparate de una boutique de moda.

A todo esto hay que añadirle la enorme cantidad de gente que hay en todas partes.

Con tanta experiencia intensa en La Canea, relajarnos en el Parque Botánico fue encantador.

El camino en el parque va subiendo y bajando por terrazas sobre un valle, a través de pérgolas de vides o túneles frescos con sterlitzias, olivos, higueras y toda clase de árboles frutales.

A veces invaden mil aromas de plantas aromáticas y medicinales.

Se ven flores exóticas, flores enormes otras pequeñas, perfumadas, raras, humildes.

Para finalizar la excursión comimos unas ensaladas preparadas con vegetales y frutas frescas recolectadas en el parque. Cada bocado era un placer de sabores distintos entre mezcla de verdes, menta, cilantro en una proporción adecuada, ciruelas rojas y blancas, manzana verde, naranja, melón, aguacate, yogur griego y aceto.

Deja un comentario