Kythira y Antikythira

Al sur de la isla Kythira y ésta a su vez al sureste del Peloponeso, hay un pueblecito cautivador, Kapsalis.

No es más que una línea de casas blancas con mucha vida veraniega, tabernas y cafeterías con cómodas terrazas frente a la playa de arenas doradas.

La calita hace gala de sus aguas cristalinas y limpias, de hecho un grupo de submarinistas examina el estado fondo del mar a fin de sacar basura en caso de encontrarla, aunque lo dudo.
Chora, el pueblo blanco con una fortaleza acosada por el viento en lo alto de la montaña, mira hacia abajo donde Kapsalis se relaja frente al mar.

Chora sube y baja con rincones inmaculados, y es capaz de detenerte en el paseo cuando descubres las puertas turquesas rodeadas de buganvillas, algunas antiguas, otras recién pintadas o restauradas pero cada una con una identidad.

Alquilamos un coche para conocer el interior de la isla, nos vestimos para ir a la cascada pero acabamos en el Monasterio Mirtidion. Es lo que tiene lo de perderse por una isla.

Saliendo de Kapsalis con rumbo directo sureste y destino Creta, el capitán decidió hacer noche en la isla Antikythira por dos motivos, hacer el trayecto en dos etapas para que resulte mas corto y cenar allí, de esta forma hacíamos también un pequeño aporte a la economía de la isla. En la única cala disponible de la isla Antykhira, montañosa, rocosa, acantilada y casi deshabitada, fondeamos el Oxalá y lo amarramos por popa a una roca con un cabo amarillo, flotante, nuevecito y muy vistoso.

En la aldea, dormida, desierta y de aspecto de las cícladas con casitas blancas y puertas azules, dimos con la terraza de una casa que hacía las veces de bar improvisado y tienda de productos básicos, con un toldo a franjas verdes y blancas y torres de cajas de cartón apiladas en la entrada esperando algún destino mejor. Mientras algunos lugareños bebían cervezas nosotros pedimos algo para comer. De inmediato un perrito y dos gatos se nos pusieron a los pies componiendo sus mejores caritas de pena a la vez que las moscas comenzaban a rondarnos. Nos sirvieron cordero estofado con patatas fritas y ensalada griega que devoramos rápidamente entre tanto bicho compitiendo por la comida, perrito soltaba un ladrido cada poco para dejar constancia de su presencia, los gatos no se movían de nuestro lado y las moscas nos invadían los platos. Dejamos los restos de huesos y patatas al grupo famélico, perrito se llevó la mejor parte, los gatos tuvieron que conformarse con las patatas.

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