Monemvasia

En el Mar de Mirtos, perteneciente al Egeo, hay un peñón que tiene forma de sombrero a unas 15 millas del extremo sudoriental del Peloponeso.

Este peñón se desprendió de la península de la que formaba parte durante un violento terremoto en el siglo IV a.C. Los bizantinos se encargaron de unirlo a tierra mediante un estrecho pasaje de piedra con puente levadizo incluido.
Ésta particularidad de única vía de entrada inspiró el nombre de la ciudad fortificada que se descuelga de la ladera sur del peñón, Monemvasia, que significa único pasaje.

Pasar por esa exclusiva puerta de entrada es algo así como atravesar el túnel del tiempo, ya que la ciudad ha quedado detenida en la Edad Media. Entre lo antiguo en ruinas y lo nuevo restaurado se ha respetado una armonía de piedra y madera, de estética medieval entre histórico y artesanal, se ha cuidado con esmero cada detalle, cada rincón.

La calle principal es la más comercial, llena de tiendas de artesanías y regalos, cafeterías y restaurantes con terrazas que miran al Mar de Mirtos. La ciudad tiene varios niveles por lo que las callecitas laterales suben y bajan intrincadas y llevan a casas de huéspedes, pequeños hoteles, viviendas y muchas iglesias, algunas de las cuales están en ruinas aunque otras muchas están restauradas.

Un ejemplo de restauración es la Catedral junto a la torre, en la plaza principal. Ha sido saqueada y destruida, como la ciudad misma.

Monemvasia ha pasado varias veces de mano en mano entre turcos y venecianos. Cada vez que caía en poder de los turcos la ciudad quedaba desierta, abandonada. Sus habitantes sólo regresaban a sus casas cuando era recuperada por los venecianos.

Brindo con una copa de malvasía, el vino original de Monenvasia que dieron a conocer los venecianos por todo el Mediterráneo, dulce y afrutado como la ciudad que lo produce, cuyas vides crecen bajo el sol que calienta las piedras del peñón y se refrescan con la brisa del Mar de Mirtos.

En el golfo Lakonikos hay un fondeo muy concurrido, Porto Kayio. Aquí las ráfagas suelen ser fuertes y los barcos bailan la danza del viento pero merece la pena, es atractivo y se come muy bien. Aquí nos pusieron en la taverna Ofaro un saragos, pescado local, al grill con limón y aceite de oliva, simple y delicioso.

También pasamos un día fondeados en la playa de Simos, sin duda una de las más hermosas que he conocido. En la pequeña isla Elafónisos un istmo formado por una lengua de arena lleva a una islita. A ambos lados del istmo hay dos playas de arenas aterciopeladas, una de ellas es Simos que compite con su gemela de enfrente por saber cual de las dos tiene las más suaves dunas con coronas de cintas verdes como pelos en punta. Es difícil decidir cual de las playas tiene las aguas más turquesas, más cristalinas y más deseadas. Ambas se debaten los bañistas por el mar de cristal apetecible, que acaricia y del cual no se quiere salir.

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